El ex–líder de Dire Straits aburre a las piedras en la Ciudad Condal
Como ya comenté en Diciembre del año pasado cuando reseñé la edición especial de “Alchemy Live”, estaba ultrailusionado con poder asistir a un concierto del que fue mi primer ídolo musical. Contaba yo con diez años y ya hablaba de Dire Straits y de su líder Mark Knopfler como el que con esa edad habla del delantero centro de su equipo de fútbol preferido, de un personaje de su serie de dibujos favorita o del protagonista de la película de acción de moda en ese momento. No es que me las quiera dar de joven yo aquí ahora, pero la verdad es que nunca tuve la oportunidad de ver en vivo a Dire Straits. Además, por unas cosas o por otras, ninguna de las últimas veces que Mark Knopfler ha pasado por Barcelona he podido ir a verlo. El caso es que cuando vi anunciado que en verano de 2013 el ex-líder de los Dire Straits arrancaba la gira española de promoción de su último disco en solitario en el Poble Espanyol de Barcelona, no dudé ni un segundo en ponerme en contacto con mi hermano (personaje imprescindible en la historia de mi pasión por Dire Straits) para comunicárselo y comprar las dos entradas. No he seguido casi nada de la carrera en solitario de Mark Knopfler, de hecho me quedé en el primer disco titulado “Golden heart” (1996) que no me desagradó ni mucho menos pero que, al no ser mi estilo preferido, hizo que me desconectase por completo del giro country-celta que había adquirido la nueva etapa musical del escocés a pesar de publicar éste un disco prácticamente casi cada dos años. Pero claro, uno siempre piensa que cuando una leyenda de la música realiza una gira de conciertos para promocionar su nuevo trabajo, sí, interpreta alguno de sus nuevos temas y tal, pero que la base fundamental de los conciertos va a consistir en la interpretación de aquellos temas que hacen a la gente pagar 62 Euros para ir a verlo en directo, los de toda la vida, los que le han llevado a la fama y por los cuales ahora mismo tiene el nombre, la reputación y la fama que tiene. Con Aerosmith, The Cult, Sebastian Bach, Lenny Kravitz, Muse, Jamiroquai, Bon Jovi, Metallica y un largo etcétera de artistas a los que he ido a ver en los últimos años así ha sido. Pues bien, Mark Knopfler ha resultado ser la excepción que ha confirmado la regla.
Eran aproximadamente las 21:45h. cuando, tras un cuarto de hora de cola, conseguí entrar en el recinto del Poble Espanyol de Barcelona. La última vez que estuve allí para presenciar un concierto fue dos años y seis días atrás exactamente para ver a Jamiroquai. La calidad del sonido y del espectáculo en aquella ocasión no fueron los mejores precisamente, así que tampoco esperaba un gran sonido en esta ocasión. Para el que no lo conozca, el Poble Espanyol de Barcelona es un recinto abierto donde se recrean distintas calles, lugares, edificios y monumentos arquitectónicos de la geografía española. Durante los meses de verano, en la plaza central del recinto se celebran conciertos y espectáculos de grandes artistas del panorama musical internacional. Es un entorno muy agradable para disfrutar de una velada musical veraniega al aire libre pero tiene el problema de que, al tratarse de una plaza como podría ser la de un pueblo cualquiera, ésta está rodeada de edificios, arcos, calles y recovecos que no son del todo apropiados para gozar de unas buenas condiciones acústicas. El caso es que mientras esperaba el inicio del concierto algo me hizo augurar que lo que íbamos a presenciar no iba a ser una fiesta “remember” de grandes éxitos de Dire Stratis. Junto a la batería, teclados y guitarras colocadas en el escenario, también podía verse un contrabajo, varias mandolinas, ukeleles, bouzoukis, flautas, gaitas y violines esperando en sus respectivos soportes. No hace falta ser demasiado inteligente para ver esto y darse cuenta de que el “set-list” del concierto iba a estar más próximo a la última etapa de Mark Knopfler que a la primera. Una lástima no haberme jugado el precio de la entrada con alguien a que así sería.
Pasaban seis minutos de las 22:00h. cuando los músicos que acompañan a Mark Knopfler en esta gira salían al escenario para colocarse paulatinamente en sus respectivas posiciones. Segundos después, un personaje ataviado con una gabardina confeccionada con los colores de la “Union Jack” aparecía por el flanco izquierdo del escenario para darnos la bienvenida a todos los allí presentes y presentar al legendario Mark Knopfler. Vestido completamente de azul y con su ya clásica Fender Stratocaster roja al hombro, Mark Knopfler iniciaba el concierto con los primeros acordes de uno de los principales éxitos de su carrera en solitario, el tema “What it is” publicado en su segundo álbum titulado “Sailing to Philadelphia” (2000). Sin duda fue una gran elección para iniciar el show de forma enérgica consiguiendo con ella que el público se entregase por completo, entrega que tuvo su continuidad con el pseudo-rockabilly “Corned Beef City” extraído de su nuevo disco “Privateering” pero que no supo aprovechar al encadenarlas con “Privateering”, el country que da título al nuevo trabajo, y “Hill farmer’s Blues”, una canción publicada en “The Ragpicker's Dream” (2002). En general estos dos temas dejaron al público barcelonés algo indiferente por no decir sumido en el mayor de los planchazos. No es que sean malos temas y en absoluto estuvieron mal ejecutados, pero el bajón anímico que provocaron en una audiencia entrada ya en años pero con ganas de marcha fue considerable.
Dicha actitud del público cambió por completo cuando Knopfler comenzó el inconfundible arpegio inicial de “Romeo and Juliet” en su mítica guitarra National Style-O que todo el mundo conoce por aparecer en la portada del clásico de Dire Straits “Brothers in arms”. Éste fue uno de los momentos álgidos de la noche (de los pocos que hubo) que no duró demasiado porque el “set-list” prosiguió con esa especie de milonga latina titulada “Postcards from Paraguay” que fuera publicada en el álbum “Shangri-La” (2004), el country “Marbletown” extraído del disco “The Ragpicker's Dream” (2002), un tema poco interpretado durante la gira de Mark Knopfler como es “Song for Sonny Liston”, también de “Shangri-La”, y otro tema de corte country como “Speedaway at Nazareth” del álbum “Sailing to Philadelphia”. Vuelvo a repetir que todas ellas son buenas piezas musicales y que los músicos que acompañan a Knopfler son excepcionales; pero considero que un repertorio como este, compuesto por temas tranquilos, la mayoría de ellos de más de cinco minutos de duración y en los que lo que prima es la calidad interpretativa más que la fuerza o la pasión expuesta en su interpretación, es mucho más apropiado para otro tipo de entorno como puede ser un teatro o una sala con sus localidades de asiento que para un concierto al aire libre. A pesar de todo, la calidad del sonido era magnífica quedando de esta forma patente que para disfrutar de un buen sonido quizás no sea tan importante el entorno en sí como el técnico que lo controla.
Durante toda la actuación pudimos asistir a momentos de virtuosismo musical por parte de los integrantes de la banda, alguno de ellos ya viejos conocidos del entorno de Mark Knopfler. En las guitarras de apoyo y ukelele le acompaña Richard Bennett, un discreto señor de sesenta y un años que más que un guitarrista parece el conserje de una finca o un profesor de ciencias naturales, pero que lleva con Knopfler desde 1994 y que ha trabajado como músico de estudio con grandes artistas como puedan ser Neil Young, Billy Joel, Barbara Streisand y un largo etcétera. En el bajo y contrabajo le acompaña Glen Wolf, otro grandísimo músico que lleva con él desde 1996 y que también ha trabajado con Bryan Adams, Kenny Rogers o Bob Seger entre otros. Es una auténtica maravilla ver tocar a Glen Wolf porque lo mismo le da tocar el bajo eléctrico con púa que con los cuatro dedos, que tocar el contrabajo con la mano o hacerlo con arco de violoncelo. Por lo que respecta a la batería, Ian Thomas, otro reputado músico de sesión que ha trabajado con artistas como Eric Clapton o Steve Winwood fue el encargado de marcar el ritmo de la banda. Otro viejo conocido de los estudios de grabación como Jimi Cox fue el encargado del piano, el órgano y el acordeón. Jim Cox ha grabado con gente tan dispar como Elton John, Barbara Steisand, Aerosmith, Pink, Henry Mancini, Neil Diamond, Ringo Star o B.B. King y su labor con el órgano “Rhodes” y el acordeón fue fundamental a la hora de recrear los sonidos más cincuenteros y de aires más celtas respectivamente. En el sintetizador y en las guitarras acústicas Mark Knopfler vuelve a contar con Guy Fletcher, el ex–teclista de Dire Straits. Desde la grabación de “Brothers in arms” en 1985 hasta la actualidad, Mark Knopfler y Guy Fletcher han sido prácticamente inseparables, tanto durante los años con Dire Straits como durante toda su carrera en solitario, habiendo pasado también por los Notting Hillbillies, y no sólo como músico de sesión y de directos sino también como arreglista y productor de alguno de sus discos. Pero además, la trayectoria de Guy Fletcher no se ha limitado a ser únicamente la mano derecha de Knopfler sino que también ha colaborado con otros grupos y artistas de renombre como Roxy Music, Mick Jagger, Tina Turner, Willy DeVille, Bryan Ferry o Cliff Richard entre otros. Y para acabar con el repaso de la banda, mención especial merecen dos músicos cuya aportación en el concierto fue verdaderamente imprescindible. Me refiero a Michael McGoldrick y a John McCusker, dos reputados músicos de estudio que con esos apellidos cualquiera puede imaginarse de dónde son sus orígenes y a qué se dedican. En efecto, ellos son los que le dan el toque irlandés al sonido (pese a ser ambos británicos de nacimiento), siendo Michael McGoldrick el encargado de la flauta, la gaita y en ocasiones algún instrumento de cuerda, y John McCusker el encargado del violín y del cistro. Ambos tuvieron momentos brillantes durante toda la actuación haciendo saltar los aplausos espontáneos del público en diversos momentos de la noche como el que iba a venir a continuación.
Llevábamos ya una hora y media de concierto cuando la gaita de Michael McGoldrick comenzó a sonar con las primeras notas del tema instrumental “Father and son” que Mark Knopfler compusiera y grabara en 1984 para la banda sonora de la película “Cal”. Fue un momento de despliegue sonoro y musical de la mejor calidad que dio paso a la recta final del concierto compuesta por el tema “Gator Blood” perteneciente a “Privateering”, la aclamadísima “Telegraph Road” de Dire Straits y “I used to could” también de “Privateering”. Las emociones que despertó y los rostros de felicidad que arrancó entre el público la interpretación de “Telegraph Road” fueron incomparables con la actitud provocada por cualquiera del resto de las canciones del “set-list”. Pero parece que Mark Knopfler es totalmente ajeno a este hecho o directamente le es indiferente porque de lo contrario no desplegaría un repertorio de trece canciones incluyendo únicamente dos de Dire Straits: “Brothers in arms” y “Telegraph Road”. En cualquier caso, tras “I used to could” la banda se retiraba para volver a aparecer sobre las tablas al cabo de pocos minutos para complacer a un público que durante todo el concierto llegó a solicitar a gritos temas como “Sultans of swing”. Lamentablemente no fue ni “Sultans of swing”, ni “Tunnel of love”, ni “Money for nothing”, ni ninguno de los temas más enérgicos y esperados de Dire Straits el que sonó a continuación. Muy al contrario, la canción elegida para cerrar la noche fue uno de los más sosos y aburridos que recuerdo de la discografía del grupo escocés: “So far away”. Tras él, la banda dudó entre si retirarse definitivamente o continuar hasta que, quién sabe si de forma natural o ficticia (+1 a la opción 2), el mismo Mark Knopfler convencía a sus músicos para volver a sus puestos y finalizar el concierto con “Going home”, el tema principal de la banda sonora de la película “Local hero”, escrita y registrada por Mark Knopfler allá por el año 1983.
De esta forma, y tras dos horas de reloj clavadas, llegaba a su fin un concierto que llevaba esperando muchísimos años pero tras el cual me sentí tremendamente decepcionado. Jamás he asistido a un concierto de una gran estrella internacional del que no me hubiera importando salir antes de su finalización. Quizás alguien pueda decirme: “Chaval, fuiste a ver a Mark Knopfler, no a Dire Straits” y no le faltará razón, pero a juzgar por los comentarios generales de la gente al salir del Poble Espanyol, tanto yo como la mayoría de los allí presentes nos sentimos realmente defraudados con la actuación de aquella noche. Desde mi humilde opinión, quizás Mark Knopfler debería escuchar un poco más lo que la gente que le paga le pide si con el paso de los años no quiere pasar de ser uno de los guitarristas y compositores más respetados del panorama musical internacional a uno de los músicos más coñazos del siglo XXI. Está muy bien grabar discos haciendo la música que a uno le gusta, pero los conciertos también son para que la gente que te admira se lo pase bien, no para que se aburran como putas ostras viéndote tocar.
Como ya comenté en Diciembre del año pasado cuando reseñé la edición especial de “Alchemy Live”, estaba ultrailusionado con poder asistir a un concierto del que fue mi primer ídolo musical. Contaba yo con diez años y ya hablaba de Dire Straits y de su líder Mark Knopfler como el que con esa edad habla del delantero centro de su equipo de fútbol preferido, de un personaje de su serie de dibujos favorita o del protagonista de la película de acción de moda en ese momento. No es que me las quiera dar de joven yo aquí ahora, pero la verdad es que nunca tuve la oportunidad de ver en vivo a Dire Straits. Además, por unas cosas o por otras, ninguna de las últimas veces que Mark Knopfler ha pasado por Barcelona he podido ir a verlo. El caso es que cuando vi anunciado que en verano de 2013 el ex-líder de los Dire Straits arrancaba la gira española de promoción de su último disco en solitario en el Poble Espanyol de Barcelona, no dudé ni un segundo en ponerme en contacto con mi hermano (personaje imprescindible en la historia de mi pasión por Dire Straits) para comunicárselo y comprar las dos entradas. No he seguido casi nada de la carrera en solitario de Mark Knopfler, de hecho me quedé en el primer disco titulado “Golden heart” (1996) que no me desagradó ni mucho menos pero que, al no ser mi estilo preferido, hizo que me desconectase por completo del giro country-celta que había adquirido la nueva etapa musical del escocés a pesar de publicar éste un disco prácticamente casi cada dos años. Pero claro, uno siempre piensa que cuando una leyenda de la música realiza una gira de conciertos para promocionar su nuevo trabajo, sí, interpreta alguno de sus nuevos temas y tal, pero que la base fundamental de los conciertos va a consistir en la interpretación de aquellos temas que hacen a la gente pagar 62 Euros para ir a verlo en directo, los de toda la vida, los que le han llevado a la fama y por los cuales ahora mismo tiene el nombre, la reputación y la fama que tiene. Con Aerosmith, The Cult, Sebastian Bach, Lenny Kravitz, Muse, Jamiroquai, Bon Jovi, Metallica y un largo etcétera de artistas a los que he ido a ver en los últimos años así ha sido. Pues bien, Mark Knopfler ha resultado ser la excepción que ha confirmado la regla.
Eran aproximadamente las 21:45h. cuando, tras un cuarto de hora de cola, conseguí entrar en el recinto del Poble Espanyol de Barcelona. La última vez que estuve allí para presenciar un concierto fue dos años y seis días atrás exactamente para ver a Jamiroquai. La calidad del sonido y del espectáculo en aquella ocasión no fueron los mejores precisamente, así que tampoco esperaba un gran sonido en esta ocasión. Para el que no lo conozca, el Poble Espanyol de Barcelona es un recinto abierto donde se recrean distintas calles, lugares, edificios y monumentos arquitectónicos de la geografía española. Durante los meses de verano, en la plaza central del recinto se celebran conciertos y espectáculos de grandes artistas del panorama musical internacional. Es un entorno muy agradable para disfrutar de una velada musical veraniega al aire libre pero tiene el problema de que, al tratarse de una plaza como podría ser la de un pueblo cualquiera, ésta está rodeada de edificios, arcos, calles y recovecos que no son del todo apropiados para gozar de unas buenas condiciones acústicas. El caso es que mientras esperaba el inicio del concierto algo me hizo augurar que lo que íbamos a presenciar no iba a ser una fiesta “remember” de grandes éxitos de Dire Stratis. Junto a la batería, teclados y guitarras colocadas en el escenario, también podía verse un contrabajo, varias mandolinas, ukeleles, bouzoukis, flautas, gaitas y violines esperando en sus respectivos soportes. No hace falta ser demasiado inteligente para ver esto y darse cuenta de que el “set-list” del concierto iba a estar más próximo a la última etapa de Mark Knopfler que a la primera. Una lástima no haberme jugado el precio de la entrada con alguien a que así sería.
Pasaban seis minutos de las 22:00h. cuando los músicos que acompañan a Mark Knopfler en esta gira salían al escenario para colocarse paulatinamente en sus respectivas posiciones. Segundos después, un personaje ataviado con una gabardina confeccionada con los colores de la “Union Jack” aparecía por el flanco izquierdo del escenario para darnos la bienvenida a todos los allí presentes y presentar al legendario Mark Knopfler. Vestido completamente de azul y con su ya clásica Fender Stratocaster roja al hombro, Mark Knopfler iniciaba el concierto con los primeros acordes de uno de los principales éxitos de su carrera en solitario, el tema “What it is” publicado en su segundo álbum titulado “Sailing to Philadelphia” (2000). Sin duda fue una gran elección para iniciar el show de forma enérgica consiguiendo con ella que el público se entregase por completo, entrega que tuvo su continuidad con el pseudo-rockabilly “Corned Beef City” extraído de su nuevo disco “Privateering” pero que no supo aprovechar al encadenarlas con “Privateering”, el country que da título al nuevo trabajo, y “Hill farmer’s Blues”, una canción publicada en “The Ragpicker's Dream” (2002). En general estos dos temas dejaron al público barcelonés algo indiferente por no decir sumido en el mayor de los planchazos. No es que sean malos temas y en absoluto estuvieron mal ejecutados, pero el bajón anímico que provocaron en una audiencia entrada ya en años pero con ganas de marcha fue considerable.
Dicha actitud del público cambió por completo cuando Knopfler comenzó el inconfundible arpegio inicial de “Romeo and Juliet” en su mítica guitarra National Style-O que todo el mundo conoce por aparecer en la portada del clásico de Dire Straits “Brothers in arms”. Éste fue uno de los momentos álgidos de la noche (de los pocos que hubo) que no duró demasiado porque el “set-list” prosiguió con esa especie de milonga latina titulada “Postcards from Paraguay” que fuera publicada en el álbum “Shangri-La” (2004), el country “Marbletown” extraído del disco “The Ragpicker's Dream” (2002), un tema poco interpretado durante la gira de Mark Knopfler como es “Song for Sonny Liston”, también de “Shangri-La”, y otro tema de corte country como “Speedaway at Nazareth” del álbum “Sailing to Philadelphia”. Vuelvo a repetir que todas ellas son buenas piezas musicales y que los músicos que acompañan a Knopfler son excepcionales; pero considero que un repertorio como este, compuesto por temas tranquilos, la mayoría de ellos de más de cinco minutos de duración y en los que lo que prima es la calidad interpretativa más que la fuerza o la pasión expuesta en su interpretación, es mucho más apropiado para otro tipo de entorno como puede ser un teatro o una sala con sus localidades de asiento que para un concierto al aire libre. A pesar de todo, la calidad del sonido era magnífica quedando de esta forma patente que para disfrutar de un buen sonido quizás no sea tan importante el entorno en sí como el técnico que lo controla.
Durante toda la actuación pudimos asistir a momentos de virtuosismo musical por parte de los integrantes de la banda, alguno de ellos ya viejos conocidos del entorno de Mark Knopfler. En las guitarras de apoyo y ukelele le acompaña Richard Bennett, un discreto señor de sesenta y un años que más que un guitarrista parece el conserje de una finca o un profesor de ciencias naturales, pero que lleva con Knopfler desde 1994 y que ha trabajado como músico de estudio con grandes artistas como puedan ser Neil Young, Billy Joel, Barbara Streisand y un largo etcétera. En el bajo y contrabajo le acompaña Glen Wolf, otro grandísimo músico que lleva con él desde 1996 y que también ha trabajado con Bryan Adams, Kenny Rogers o Bob Seger entre otros. Es una auténtica maravilla ver tocar a Glen Wolf porque lo mismo le da tocar el bajo eléctrico con púa que con los cuatro dedos, que tocar el contrabajo con la mano o hacerlo con arco de violoncelo. Por lo que respecta a la batería, Ian Thomas, otro reputado músico de sesión que ha trabajado con artistas como Eric Clapton o Steve Winwood fue el encargado de marcar el ritmo de la banda. Otro viejo conocido de los estudios de grabación como Jimi Cox fue el encargado del piano, el órgano y el acordeón. Jim Cox ha grabado con gente tan dispar como Elton John, Barbara Steisand, Aerosmith, Pink, Henry Mancini, Neil Diamond, Ringo Star o B.B. King y su labor con el órgano “Rhodes” y el acordeón fue fundamental a la hora de recrear los sonidos más cincuenteros y de aires más celtas respectivamente. En el sintetizador y en las guitarras acústicas Mark Knopfler vuelve a contar con Guy Fletcher, el ex–teclista de Dire Straits. Desde la grabación de “Brothers in arms” en 1985 hasta la actualidad, Mark Knopfler y Guy Fletcher han sido prácticamente inseparables, tanto durante los años con Dire Straits como durante toda su carrera en solitario, habiendo pasado también por los Notting Hillbillies, y no sólo como músico de sesión y de directos sino también como arreglista y productor de alguno de sus discos. Pero además, la trayectoria de Guy Fletcher no se ha limitado a ser únicamente la mano derecha de Knopfler sino que también ha colaborado con otros grupos y artistas de renombre como Roxy Music, Mick Jagger, Tina Turner, Willy DeVille, Bryan Ferry o Cliff Richard entre otros. Y para acabar con el repaso de la banda, mención especial merecen dos músicos cuya aportación en el concierto fue verdaderamente imprescindible. Me refiero a Michael McGoldrick y a John McCusker, dos reputados músicos de estudio que con esos apellidos cualquiera puede imaginarse de dónde son sus orígenes y a qué se dedican. En efecto, ellos son los que le dan el toque irlandés al sonido (pese a ser ambos británicos de nacimiento), siendo Michael McGoldrick el encargado de la flauta, la gaita y en ocasiones algún instrumento de cuerda, y John McCusker el encargado del violín y del cistro. Ambos tuvieron momentos brillantes durante toda la actuación haciendo saltar los aplausos espontáneos del público en diversos momentos de la noche como el que iba a venir a continuación.
Llevábamos ya una hora y media de concierto cuando la gaita de Michael McGoldrick comenzó a sonar con las primeras notas del tema instrumental “Father and son” que Mark Knopfler compusiera y grabara en 1984 para la banda sonora de la película “Cal”. Fue un momento de despliegue sonoro y musical de la mejor calidad que dio paso a la recta final del concierto compuesta por el tema “Gator Blood” perteneciente a “Privateering”, la aclamadísima “Telegraph Road” de Dire Straits y “I used to could” también de “Privateering”. Las emociones que despertó y los rostros de felicidad que arrancó entre el público la interpretación de “Telegraph Road” fueron incomparables con la actitud provocada por cualquiera del resto de las canciones del “set-list”. Pero parece que Mark Knopfler es totalmente ajeno a este hecho o directamente le es indiferente porque de lo contrario no desplegaría un repertorio de trece canciones incluyendo únicamente dos de Dire Straits: “Brothers in arms” y “Telegraph Road”. En cualquier caso, tras “I used to could” la banda se retiraba para volver a aparecer sobre las tablas al cabo de pocos minutos para complacer a un público que durante todo el concierto llegó a solicitar a gritos temas como “Sultans of swing”. Lamentablemente no fue ni “Sultans of swing”, ni “Tunnel of love”, ni “Money for nothing”, ni ninguno de los temas más enérgicos y esperados de Dire Straits el que sonó a continuación. Muy al contrario, la canción elegida para cerrar la noche fue uno de los más sosos y aburridos que recuerdo de la discografía del grupo escocés: “So far away”. Tras él, la banda dudó entre si retirarse definitivamente o continuar hasta que, quién sabe si de forma natural o ficticia (+1 a la opción 2), el mismo Mark Knopfler convencía a sus músicos para volver a sus puestos y finalizar el concierto con “Going home”, el tema principal de la banda sonora de la película “Local hero”, escrita y registrada por Mark Knopfler allá por el año 1983.
De esta forma, y tras dos horas de reloj clavadas, llegaba a su fin un concierto que llevaba esperando muchísimos años pero tras el cual me sentí tremendamente decepcionado. Jamás he asistido a un concierto de una gran estrella internacional del que no me hubiera importando salir antes de su finalización. Quizás alguien pueda decirme: “Chaval, fuiste a ver a Mark Knopfler, no a Dire Straits” y no le faltará razón, pero a juzgar por los comentarios generales de la gente al salir del Poble Espanyol, tanto yo como la mayoría de los allí presentes nos sentimos realmente defraudados con la actuación de aquella noche. Desde mi humilde opinión, quizás Mark Knopfler debería escuchar un poco más lo que la gente que le paga le pide si con el paso de los años no quiere pasar de ser uno de los guitarristas y compositores más respetados del panorama musical internacional a uno de los músicos más coñazos del siglo XXI. Está muy bien grabar discos haciendo la música que a uno le gusta, pero los conciertos también son para que la gente que te admira se lo pase bien, no para que se aburran como putas ostras viéndote tocar.