Cada vez que Enrique Bunbury publica un nuevo disco es como cuando alguien te hace un regalo por Navidad. Lo mismo puede dar en el clavo y sorprenderte gratamente, como puede ser un mojón mañanero que ni te gusta, ni necesitabas y que una vez recibido jamás vuelves a prestarle atención. En este caso, y siguiendo con el paralelismo Navideño, podríamos decir que “Licenciado Cantinas” es un regalo de tipo mojón, vamos, que después de las dos escuchas de rigor, más que suficientes para escribir esta reseña, dudo que vuelva a escucharlo nunca más. ¿Pero qué tiene “Licenciado Cantinas” para que en mi opinión sea tan infumable? Pues ahora mismo os lo explico.
“Licenciado Cantinas” es, nada más y nada menos, un disco de temas presuntamente clásicos de la música latinoamericana interpretados por Enrique Bunbury y sus muchachos en clave de rock-fusión. Y digo presuntamente porque yo de música latinoamericana conozco tanto como de la pesca del boquerón malagueño en embarcación de jábega, así que no pondré en duda este asunto ni mucho menos. Pero no se trata de un recopilatorio de canciones latinas al uso como pudo ser “El cantante” de Andrés Calamaro, no. Lo “original” de la compilación es que Bunbury ha querido presentarla como un disco conceptual dividido en partes, actos y esas cosas más propias de las óperas que de los discos de hoy en día, al más puro estilo “The Wall” de Pink Floyd. La diferencia es que, mientras que en algunos discos de este tipo como el mencionado “The Wall” o el “Metropolis” de Dream Theater la trama de las historias está más o menos clara desde un principio, en “Licenciado Cantinas” lo único que se intuye es un intento de narrar una historia protagonizada por un borrachuzo apodado Licenciado Cantinas, pero sin llegar a hilvanar del todo una trama argumental clara. No en vano los temas fueron compuestos por gente como Agustín Lara, Atahualpa Yupanqui, Lhasa de Sela o Héctor Lavoe por nombrar sólo unos cuantos, que ni son coetáneos ni tienen nada que ver el uno con el otro.
Por lo que respecta a lo puramente musical, dejando de lado lo estilístico, decir que Enrique Bunbury está en una forma espectacular. Después del tute que se habrá pegado en la vida, es sorprendente lo bien que se conserva en lo que a voz se refiere. Ha debido de firmar un pacto con el diablo porque los años parece que ni pasan en él ni en su garganta. En cuanto a su banda, pues con tres discos al lado de Bunbury y una montonera de conciertos del grupo a sus espaldas, los Santos Inocentes han conseguido sonar impresionantemente bien y hacer que absolutamente nadie se acuerde ya de aquella banda en mi opinión tan flojita llamada El Huracán Ambulante que hace unos años acompañaba al artista aragonés. Sobre todo Jordi Mena y Jorge Rebenaque le dan un toque de clase al sonido que no tenía la anterior formación ni por asomo.
Y alguien podrá decir: “Primero dices que no te gusta el disco y luego hablas bien de Bunbury y sus músicos”. Cuidado. Que el conjunto del disco no me guste y me parezca más aburrido que el hombre invisible haciendo sombras chinescas no quiere decir que no sepa reconocer un buen trabajo de instrumentación y producción como el que se ha hecho en “Licenciado Cantinas”. Lo único que digo es que a mí ni me gusta el estilo del disco, ni la lista de canciones que lo componen y que no hay nada que ni a mí ni a ningún seguidor de Enrique Bunbury con un mínimo de criterio musical (que alguno debe de haber por ahí, digo yo) nos vaya a animar a volverlo a escuchar, lo cual es una pena y más sabiendo de lo que es capaz Bunbury cuando se pone a hacer rock. Eso sí, su público latinoamericano debe estar encantado con este nuevo trabajo, que por otra parte en los últimos diez años parece ser lo único que le importa.
“Licenciado Cantinas” es, nada más y nada menos, un disco de temas presuntamente clásicos de la música latinoamericana interpretados por Enrique Bunbury y sus muchachos en clave de rock-fusión. Y digo presuntamente porque yo de música latinoamericana conozco tanto como de la pesca del boquerón malagueño en embarcación de jábega, así que no pondré en duda este asunto ni mucho menos. Pero no se trata de un recopilatorio de canciones latinas al uso como pudo ser “El cantante” de Andrés Calamaro, no. Lo “original” de la compilación es que Bunbury ha querido presentarla como un disco conceptual dividido en partes, actos y esas cosas más propias de las óperas que de los discos de hoy en día, al más puro estilo “The Wall” de Pink Floyd. La diferencia es que, mientras que en algunos discos de este tipo como el mencionado “The Wall” o el “Metropolis” de Dream Theater la trama de las historias está más o menos clara desde un principio, en “Licenciado Cantinas” lo único que se intuye es un intento de narrar una historia protagonizada por un borrachuzo apodado Licenciado Cantinas, pero sin llegar a hilvanar del todo una trama argumental clara. No en vano los temas fueron compuestos por gente como Agustín Lara, Atahualpa Yupanqui, Lhasa de Sela o Héctor Lavoe por nombrar sólo unos cuantos, que ni son coetáneos ni tienen nada que ver el uno con el otro.
Por lo que respecta a lo puramente musical, dejando de lado lo estilístico, decir que Enrique Bunbury está en una forma espectacular. Después del tute que se habrá pegado en la vida, es sorprendente lo bien que se conserva en lo que a voz se refiere. Ha debido de firmar un pacto con el diablo porque los años parece que ni pasan en él ni en su garganta. En cuanto a su banda, pues con tres discos al lado de Bunbury y una montonera de conciertos del grupo a sus espaldas, los Santos Inocentes han conseguido sonar impresionantemente bien y hacer que absolutamente nadie se acuerde ya de aquella banda en mi opinión tan flojita llamada El Huracán Ambulante que hace unos años acompañaba al artista aragonés. Sobre todo Jordi Mena y Jorge Rebenaque le dan un toque de clase al sonido que no tenía la anterior formación ni por asomo.
Y alguien podrá decir: “Primero dices que no te gusta el disco y luego hablas bien de Bunbury y sus músicos”. Cuidado. Que el conjunto del disco no me guste y me parezca más aburrido que el hombre invisible haciendo sombras chinescas no quiere decir que no sepa reconocer un buen trabajo de instrumentación y producción como el que se ha hecho en “Licenciado Cantinas”. Lo único que digo es que a mí ni me gusta el estilo del disco, ni la lista de canciones que lo componen y que no hay nada que ni a mí ni a ningún seguidor de Enrique Bunbury con un mínimo de criterio musical (que alguno debe de haber por ahí, digo yo) nos vaya a animar a volverlo a escuchar, lo cual es una pena y más sabiendo de lo que es capaz Bunbury cuando se pone a hacer rock. Eso sí, su público latinoamericano debe estar encantado con este nuevo trabajo, que por otra parte en los últimos diez años parece ser lo único que le importa.