De forma totalmente excepcional, el autor del artículo siguiente no es El Artista Multimedia sino su amigo Carlos Llauradó. Los motivos por los cuales se ha hecho tal excepción han sido básicamente dos. El primero de ellos es la enorme ilusión de Carlos por que una crónica suya aparezca publicada en este blog. El segundo es que, si no llega a ser por Carlos, El Artista Multimedia jamás hubiera escuchado un disco de Jean Michel Jarre y ni mucho menos hubiera asistido a un concierto suyo. Así que ¿quién mejor que la persona que introdujo a El Artista Multimedia en la obra de Jean Michel Jarre y la que le acompañó a su concierto de Barcelona para publicar la crónica en este blog?
La sombra de ti mismo
Con motivo de la reciente celebración de los treinta años de la publicación de “Oxygène”, y después de haber realizado grandes hazañas dignas de figurar en los Record Guiness, Jean Michel Jarre huye de los enormes estadios y lugares públicos/míticos (pirámides de Egipto, por poner un caso) para dejarnos entrever su lado más íntimo, menos automático y más artesanal.
El concierto empezó con un leve retraso de unos diez minutos, absolutamente perdonables, mientras el respetable, desesperado por haber dejado pasar quince años desde que tocó por última vez en la Ciudad Condal, parecía una olla a presión a punto de reventar. Eso sí, con la justa elegancia y contención, que para algo estábamos en el Liceu.
Si bien todos los ojos estaban puestos en el escenario, del cual el que escribe no tenía ni idea de cómo sería, me sorprendió (y creo que a todos los que esperábamos) que la estrella mediática que es Jarre apareciera en el escenario desde el pasillo central del patio de butacas, estrechando manos y hablando una mezcla de inglés-catalán-francés, desapareciendo brevemente por su derecha para reaparecer de nuevo, y sin dejar de hablar pese a los aplausos, en el escenario. Éste estaba compuesto por cuatro “islas” de sintetizadores de hace treinta años, auténticas joyas de la época que el bueno de Jarre tenía en su estudio. Como es evidente, las tres “islas” de atrás estaban ocupadas por los miembros integrantes del equipo: Francis Rimbert, Dominique Perrier y Claude Samara, los cuales dejaban en un primer plano a Jarre, instalado a su vez en su “isla” particular, mucho más grande y con una salida que le posibilitaba la interacción con el público y los solos en momentos tan memorables como el del Theremin, el del Moog o el de la especie de guitarra digital que se asemejaba a un tubo.
Bien, todo lo anterior no es nada demasiado diferente al concierto que se proyectó en los cines hace unos meses y que se editó después en DVD con varios formatos (incluido uno en 3D) con el nombre de “Jean Michel Jarre, Oxygène: Live in your living room”, pero la verdad es que el concierto fue memorable por varias razones aunque se podrían destacar tres.
La primera ya la he comentado: el hecho de contar con la presencia de una leyenda a menos de cinco metros del que escribe (esto, evidentemente es una razón puramente subjetiva) y poder sentir el calor de las piezas tocadas en directo, equivocándose en algunos pasajes (improvisando y, a veces, alargando casi innecesariamente algo que ya de por sí es magnífico en su concepción original).
La segunda razón, sin duda más técnica, es la de ver esas maravillas electrónicas en funcionamiento. Cabe decir que al final del concierto, a modo de bis, se improvisó una tarima en la que Jean Michel Jarre tocó “Oxygène 13” con tan solo dos teclados, en los que tenía previamente pregrabados secuencias, ritmos, sonidos, etc., lo que da que pensar, teniendo en cuenta que momentos antes habían sido necesarios aproximadamente veinte aparatos y cuatro personas para ofrecer el mismo resultado.
Y, sin duda, la tercera razón (pero no por ello menos importante) es la de poder constatar que hay un numeroso público seguidor de este “congregador” de masas que le está ayudando a conseguir lo que se proponía al empezar la gira: el poder acercar su música de un modo más personal, más “íntimo” si se quiere, al público.
En el aforo había desde los típicos seguidores entusiastas, que echarán de menos en esta crónica un examen exhaustivo de los instrumentos que usa Jean Michel Jarre y su equipo, pero para eso está Internet; hasta familias con sus hijos los cuales no habían nacido cuando se publicó “Concerts in China” (1983). Es decir, una amplia variedad de edades.
Todos los temas del concierto fueron espectaculares, aunque sólo fuera por la calidad de sonido (excelente) y la sobriedad del escenario (apenas un espejo compuesto por seis partes algo “castigadas” en alguna de sus esquinas y una pantalla que casi al final proyectó un viaje virtual a través del cráneo de “Oxygène” además de alguna que otra animación). Por otra parte estaba la luz, muy bien compuesta, muy bien sincronizada con la música y, definitivamente, sobria y elegante.
Como resumen final me gustaría permitirme una pequeña excentricidad: el concierto tuvo cierto aire encantador, decadente si se quiere, si no tenemos en cuenta algunos momentos (Jean Michel Jarre yéndose un poco demasiado por las ramas en los solos con el Theremin o el Moog, dándose a doblarse casi por la mitad “exprimiendo” los instrumentos, o saltando en determinados momentos para alentar al público).
El ambiente del Liceu, las butacas, la perspectiva desde uno de los palcos, el Jarre hierático atenazando los botones de sus reliquias instrumentales, los tres acompañantes, sobrios, pausados, eficientes, sin hablar y sin gestos exagerados, los dedos casi danzando en los teclados y la oscuridad de ciertos pasajes daban cierto aire extraño al conjunto, casi atemporal. Quedé bastante asombrado de reencontrar a un Jean Michel Jarre tan situado, tan autolimitado, disfrutando realmente de lo que hacía y acordándose, de vez en cuando, del público y de lo que le ha permitido la fama: ser ahora (de momento) un auténtico dinosaurio (en el mejor de los sentidos) al margen de lo comercial, demostrándonos que, señores, esto fue su principio, ha viajado en el tiempo y lo que ven no es sino la sombra de sí mismo.
La sombra de ti mismo
Con motivo de la reciente celebración de los treinta años de la publicación de “Oxygène”, y después de haber realizado grandes hazañas dignas de figurar en los Record Guiness, Jean Michel Jarre huye de los enormes estadios y lugares públicos/míticos (pirámides de Egipto, por poner un caso) para dejarnos entrever su lado más íntimo, menos automático y más artesanal.
El concierto empezó con un leve retraso de unos diez minutos, absolutamente perdonables, mientras el respetable, desesperado por haber dejado pasar quince años desde que tocó por última vez en la Ciudad Condal, parecía una olla a presión a punto de reventar. Eso sí, con la justa elegancia y contención, que para algo estábamos en el Liceu.
Si bien todos los ojos estaban puestos en el escenario, del cual el que escribe no tenía ni idea de cómo sería, me sorprendió (y creo que a todos los que esperábamos) que la estrella mediática que es Jarre apareciera en el escenario desde el pasillo central del patio de butacas, estrechando manos y hablando una mezcla de inglés-catalán-francés, desapareciendo brevemente por su derecha para reaparecer de nuevo, y sin dejar de hablar pese a los aplausos, en el escenario. Éste estaba compuesto por cuatro “islas” de sintetizadores de hace treinta años, auténticas joyas de la época que el bueno de Jarre tenía en su estudio. Como es evidente, las tres “islas” de atrás estaban ocupadas por los miembros integrantes del equipo: Francis Rimbert, Dominique Perrier y Claude Samara, los cuales dejaban en un primer plano a Jarre, instalado a su vez en su “isla” particular, mucho más grande y con una salida que le posibilitaba la interacción con el público y los solos en momentos tan memorables como el del Theremin, el del Moog o el de la especie de guitarra digital que se asemejaba a un tubo.
Bien, todo lo anterior no es nada demasiado diferente al concierto que se proyectó en los cines hace unos meses y que se editó después en DVD con varios formatos (incluido uno en 3D) con el nombre de “Jean Michel Jarre, Oxygène: Live in your living room”, pero la verdad es que el concierto fue memorable por varias razones aunque se podrían destacar tres.
La primera ya la he comentado: el hecho de contar con la presencia de una leyenda a menos de cinco metros del que escribe (esto, evidentemente es una razón puramente subjetiva) y poder sentir el calor de las piezas tocadas en directo, equivocándose en algunos pasajes (improvisando y, a veces, alargando casi innecesariamente algo que ya de por sí es magnífico en su concepción original).
La segunda razón, sin duda más técnica, es la de ver esas maravillas electrónicas en funcionamiento. Cabe decir que al final del concierto, a modo de bis, se improvisó una tarima en la que Jean Michel Jarre tocó “Oxygène 13” con tan solo dos teclados, en los que tenía previamente pregrabados secuencias, ritmos, sonidos, etc., lo que da que pensar, teniendo en cuenta que momentos antes habían sido necesarios aproximadamente veinte aparatos y cuatro personas para ofrecer el mismo resultado.
Y, sin duda, la tercera razón (pero no por ello menos importante) es la de poder constatar que hay un numeroso público seguidor de este “congregador” de masas que le está ayudando a conseguir lo que se proponía al empezar la gira: el poder acercar su música de un modo más personal, más “íntimo” si se quiere, al público.
En el aforo había desde los típicos seguidores entusiastas, que echarán de menos en esta crónica un examen exhaustivo de los instrumentos que usa Jean Michel Jarre y su equipo, pero para eso está Internet; hasta familias con sus hijos los cuales no habían nacido cuando se publicó “Concerts in China” (1983). Es decir, una amplia variedad de edades.
Todos los temas del concierto fueron espectaculares, aunque sólo fuera por la calidad de sonido (excelente) y la sobriedad del escenario (apenas un espejo compuesto por seis partes algo “castigadas” en alguna de sus esquinas y una pantalla que casi al final proyectó un viaje virtual a través del cráneo de “Oxygène” además de alguna que otra animación). Por otra parte estaba la luz, muy bien compuesta, muy bien sincronizada con la música y, definitivamente, sobria y elegante.
Como resumen final me gustaría permitirme una pequeña excentricidad: el concierto tuvo cierto aire encantador, decadente si se quiere, si no tenemos en cuenta algunos momentos (Jean Michel Jarre yéndose un poco demasiado por las ramas en los solos con el Theremin o el Moog, dándose a doblarse casi por la mitad “exprimiendo” los instrumentos, o saltando en determinados momentos para alentar al público).
El ambiente del Liceu, las butacas, la perspectiva desde uno de los palcos, el Jarre hierático atenazando los botones de sus reliquias instrumentales, los tres acompañantes, sobrios, pausados, eficientes, sin hablar y sin gestos exagerados, los dedos casi danzando en los teclados y la oscuridad de ciertos pasajes daban cierto aire extraño al conjunto, casi atemporal. Quedé bastante asombrado de reencontrar a un Jean Michel Jarre tan situado, tan autolimitado, disfrutando realmente de lo que hacía y acordándose, de vez en cuando, del público y de lo que le ha permitido la fama: ser ahora (de momento) un auténtico dinosaurio (en el mejor de los sentidos) al margen de lo comercial, demostrándonos que, señores, esto fue su principio, ha viajado en el tiempo y lo que ven no es sino la sombra de sí mismo.
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