La revolución del amor desembarca donde Cristo perdió el gorro
Sin abandonar la dinámica que en el último año se está siguiendo en Barcelona, la gira de otra estrella internacional del mundo de la música llega a la Ciudad Condal en la víspera de un día laborable. Resulta paradójico que las autoridades recomienden a los ciudadanos el uso del transporte público, pero que cuando se organiza un evento de la magnitud de un concierto de la gira europea de Lenny Kravitz en Badalona un día entre semana, ni tan siquiera se facilite de alguna forma la llegada desde el lugar del concierto hasta el centro de Barcelona. Con el metro cerrado desde las doce de la noche, sin autobuses nocturnos que pasasen por la zona del Pavelló Olímpic de Badalona, sin apenas taxis circulando a esas horas y con tantísima gente buscando uno al mismo tiempo, los asistentes al magnífico concierto que ofreció el artista newyorkino aquella noche permanecimos abandonados en la calle durante largas horas, olvidando prácticamente el fantástico espectáculo que acabábamos de presenciar. Voy a hacer un esfuerzo para no cagarme en la madre de nadie y evitar posibles demandas, así que hablaré de lo verdaderamente importante que fue lo puramente musical.
Las puertas del recinto se abrieron con puntualidad y los teloneros, una banda compuesta por cuatro tipos vestidos de ninja y liderada por una rubia con trenzas vestida con un traje de novia rojo, subieron al escenario según el horario establecido. La actuación de estos, cuyo nombre desconozco y realmente me importa un pimiento, fue un terrible muermazo y no tuvo nada que ver con lo que podría haber sido si el telonero llega a ser Chris Cornell como previamente había sido anunciado. Aún así, la gente echaba fotos y grababa vídeos, supongo que por las exóticas indumentarias más que por su calidad musical.
Con media hora de retraso con respecto horario de comienzo del concierto, por los altavoces comenzaron a sonar los acordes de un tema con aires funky a la vez que toda la banda habitual de Lenny Kravitz iba ocupando su posición en el escenario. Finalmente, con su Gibson Flyin’ V negra de purpurina colgada del cuello y vestido con pantalones de pitillo, botines de punta, levita de piel y unas gafas de sol negras que le duraron pocos segundos en la cara al salirles volando en uno de sus primeros movimientos de cabeza, apareció Lenny Kravitz para recibir la ovación del público y dar comienzo al show con “Bring it on”. Los 6.000 espectadores que se dieron cita en el pabellón se volvieron locos y el bosque de brazos levantados fotografiando y grabando con cámaras de fotos y teléfonos móviles prácticamente no dejaba ver a los músicos. Tras un excesivamente largo “Bring it on”, Kravitz y sus muchachos continuaron con algunos de sus clásicos como “Always on the run”, “Dig in”, “Fields of joy” o “It ain’t over ‘til it’s over”, dando una auténtica lección desde un principio de cómo se canta y cómo se hace música en directo.
A estas alturas del concierto Lenny Kravitz ya tenía a toda la audiencia en el bolsillo pero acabó de ganársela del todo halagando las grandezas de la ciudad de Barcelona y felicitando a los españoles por “patear en el culo” (literal) a toda Europa deportivamente hablando, tanto en el fútbol como en el tenis. Estaba pletórico y se le veía a gusto, encantado de estar en la ciudad donde un día quiso comprarse un apartamento, y así lo demostraba durante todo el concierto acercándose al público, tendiendo la mano a las primeras filas y subiéndose en las pasarelas laterales del escenario para estar más cerca de su público.
Tras este primer bloque de grandes éxitos de su carrera les llegó el turno al funky “Dancing til dawn” y al rock n’ roll “Love, love, love”, ambos publicados en su último trabajo discográfico “It’s time for a love revolution”. A continuación vendrían “Be” (con un eterno solo de trompeta) y “Stillness of heart”, temas que darían paso a “I’ll be waiting” interpretado por un Lenny Kravitz sentado delante de su horterísimo piano transparente con acabados dorados y luminosos. Así llegábamos prácticamente al ecuador del concierto.
La última parte antes de que la banda se retirara a los camerinos por primera vez estuvo compuesta por tres de los más recientes éxitos de Lenny Kravitz como “Where are we running”, la versión de los míticos Guest Who “American woman” y el coreado “Fly away”. Tras ellos llegó uno de los momentos estelares de la noche, la puesta en escena del tema “Let love rule” que fue alargado más de dieciocho minutos y durante el cual Lenny Kravitz bajó al nivel del público para subirse por las gradas e introducirse entre medio de la gente cual mesias ante sus fieles, con robo de abanico a una de sus fans incluido. La verdad es que el tema se hizo demasiado largo y no hubiera estado mal acortarlo un poco para, o bien interpretar más temas en el mismo espacio de tiempo o en todo caso acabar antes la actuación dadas las horas que eran. Tras este momento de catarsis, el grueso del espectáculo llegaba a su fin con el tema que da nombre al último álbum y a la gira de Lenny Kravitz, “Love revolution”.
Estaba claro que el concierto no podía acabar de esta forma, así que Lenny y su banda volvieron al escenario para hacer dos bises más, el primero de ellos interpretando “Believe”, donde Craig Ross se salió en el solo de guitarra; y el segundo y último el esperadísimo por todos “Are you gonna go my way”. Sin duda fue una formidable manera de bordar la espléndida actuación de uno de los grandes del mundo de la música actual.
Muchos han acusado a Lenny Kravitz de repetitivo, de comercial, de poco original y de dejar ver demasiado sus influencias en sus canciones, en su sonido y en su actitud en el escenario; pero lo único cierto y lo verdaderamente importante cuando uno se gasta 45 Euros en la entrada de un concierto es que, tanto él como la magnífica y profesional banda que le acompaña (empezando por el guitarra Craig Ross, acabando por la veterana sección de vientos y pasando por la sólida parte rítmica), dieron un auténtico espectáculo de rock n’ roll, funky y soul que muchos tardaremos en olvidar. Un diez para el tío Lenny.
Sin abandonar la dinámica que en el último año se está siguiendo en Barcelona, la gira de otra estrella internacional del mundo de la música llega a la Ciudad Condal en la víspera de un día laborable. Resulta paradójico que las autoridades recomienden a los ciudadanos el uso del transporte público, pero que cuando se organiza un evento de la magnitud de un concierto de la gira europea de Lenny Kravitz en Badalona un día entre semana, ni tan siquiera se facilite de alguna forma la llegada desde el lugar del concierto hasta el centro de Barcelona. Con el metro cerrado desde las doce de la noche, sin autobuses nocturnos que pasasen por la zona del Pavelló Olímpic de Badalona, sin apenas taxis circulando a esas horas y con tantísima gente buscando uno al mismo tiempo, los asistentes al magnífico concierto que ofreció el artista newyorkino aquella noche permanecimos abandonados en la calle durante largas horas, olvidando prácticamente el fantástico espectáculo que acabábamos de presenciar. Voy a hacer un esfuerzo para no cagarme en la madre de nadie y evitar posibles demandas, así que hablaré de lo verdaderamente importante que fue lo puramente musical.
Las puertas del recinto se abrieron con puntualidad y los teloneros, una banda compuesta por cuatro tipos vestidos de ninja y liderada por una rubia con trenzas vestida con un traje de novia rojo, subieron al escenario según el horario establecido. La actuación de estos, cuyo nombre desconozco y realmente me importa un pimiento, fue un terrible muermazo y no tuvo nada que ver con lo que podría haber sido si el telonero llega a ser Chris Cornell como previamente había sido anunciado. Aún así, la gente echaba fotos y grababa vídeos, supongo que por las exóticas indumentarias más que por su calidad musical.
Con media hora de retraso con respecto horario de comienzo del concierto, por los altavoces comenzaron a sonar los acordes de un tema con aires funky a la vez que toda la banda habitual de Lenny Kravitz iba ocupando su posición en el escenario. Finalmente, con su Gibson Flyin’ V negra de purpurina colgada del cuello y vestido con pantalones de pitillo, botines de punta, levita de piel y unas gafas de sol negras que le duraron pocos segundos en la cara al salirles volando en uno de sus primeros movimientos de cabeza, apareció Lenny Kravitz para recibir la ovación del público y dar comienzo al show con “Bring it on”. Los 6.000 espectadores que se dieron cita en el pabellón se volvieron locos y el bosque de brazos levantados fotografiando y grabando con cámaras de fotos y teléfonos móviles prácticamente no dejaba ver a los músicos. Tras un excesivamente largo “Bring it on”, Kravitz y sus muchachos continuaron con algunos de sus clásicos como “Always on the run”, “Dig in”, “Fields of joy” o “It ain’t over ‘til it’s over”, dando una auténtica lección desde un principio de cómo se canta y cómo se hace música en directo.
A estas alturas del concierto Lenny Kravitz ya tenía a toda la audiencia en el bolsillo pero acabó de ganársela del todo halagando las grandezas de la ciudad de Barcelona y felicitando a los españoles por “patear en el culo” (literal) a toda Europa deportivamente hablando, tanto en el fútbol como en el tenis. Estaba pletórico y se le veía a gusto, encantado de estar en la ciudad donde un día quiso comprarse un apartamento, y así lo demostraba durante todo el concierto acercándose al público, tendiendo la mano a las primeras filas y subiéndose en las pasarelas laterales del escenario para estar más cerca de su público.
Tras este primer bloque de grandes éxitos de su carrera les llegó el turno al funky “Dancing til dawn” y al rock n’ roll “Love, love, love”, ambos publicados en su último trabajo discográfico “It’s time for a love revolution”. A continuación vendrían “Be” (con un eterno solo de trompeta) y “Stillness of heart”, temas que darían paso a “I’ll be waiting” interpretado por un Lenny Kravitz sentado delante de su horterísimo piano transparente con acabados dorados y luminosos. Así llegábamos prácticamente al ecuador del concierto.
La última parte antes de que la banda se retirara a los camerinos por primera vez estuvo compuesta por tres de los más recientes éxitos de Lenny Kravitz como “Where are we running”, la versión de los míticos Guest Who “American woman” y el coreado “Fly away”. Tras ellos llegó uno de los momentos estelares de la noche, la puesta en escena del tema “Let love rule” que fue alargado más de dieciocho minutos y durante el cual Lenny Kravitz bajó al nivel del público para subirse por las gradas e introducirse entre medio de la gente cual mesias ante sus fieles, con robo de abanico a una de sus fans incluido. La verdad es que el tema se hizo demasiado largo y no hubiera estado mal acortarlo un poco para, o bien interpretar más temas en el mismo espacio de tiempo o en todo caso acabar antes la actuación dadas las horas que eran. Tras este momento de catarsis, el grueso del espectáculo llegaba a su fin con el tema que da nombre al último álbum y a la gira de Lenny Kravitz, “Love revolution”.
Estaba claro que el concierto no podía acabar de esta forma, así que Lenny y su banda volvieron al escenario para hacer dos bises más, el primero de ellos interpretando “Believe”, donde Craig Ross se salió en el solo de guitarra; y el segundo y último el esperadísimo por todos “Are you gonna go my way”. Sin duda fue una formidable manera de bordar la espléndida actuación de uno de los grandes del mundo de la música actual.
Muchos han acusado a Lenny Kravitz de repetitivo, de comercial, de poco original y de dejar ver demasiado sus influencias en sus canciones, en su sonido y en su actitud en el escenario; pero lo único cierto y lo verdaderamente importante cuando uno se gasta 45 Euros en la entrada de un concierto es que, tanto él como la magnífica y profesional banda que le acompaña (empezando por el guitarra Craig Ross, acabando por la veterana sección de vientos y pasando por la sólida parte rítmica), dieron un auténtico espectáculo de rock n’ roll, funky y soul que muchos tardaremos en olvidar. Un diez para el tío Lenny.
2 comentarios:
Pero ¡que grande eres! leer la crónica ha sido revivir el concierto, y revivir, revivir el p**o tiempo que me pasé también esperando un taxi!!La verdad es que el concierto estuvo genial, pero la organización de transporte, ya me la esperaba de otras veces que habia ido a algún concierto por alli, y esta vez no fué una expeción, siempre pasa.en fin!quedémonos con lo bueno!!!Porque...¿¿no me dirás también que fuiste a ver al Boss??? sería la leche!Si es así, espero una crónica tuya!!yo te sigo por tu blog y te voy leyendo!1 besote!
Muchas gracias... ;) Pues no, no fui a ver a The Boss, pero porque no quise, que entradas podía haber conseguido. Bruce Springsteen no es muy de mi agrado aunque lo respeto como compositor.
¡¡¡Besos y nos leemos!!!
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