The Cult: Hard Rock en piloto automático
Una vez más me encontré en la tesitura de tener que elegir entre gastarme la pasta para ver a unos clásicos de la historia del rock, actualmente de capa caída pero que en sus días de gloria no pude llegar a ver por pillarme demasiado joven; o ahorrármela, dejar que me lo contasen al día siguiente y quizás no volver a verlos jamás. En este caso se trataba de The Cult, la camaleónica banda británica liderada por Ian Astbury y Billy Duffy que acaban de publicar un nuevo disco titulado “Choose your weapon” y que se encuentran promocionándolo por los escenarios de medio mundo. Ni qué decir tiene que finalmente decidí asistir a mi cita con el rock and roll porque de lo contrario no estaría escribiendo esto, así que pasé por caja y me planté un martes por la tarde en la sala Razzmatazz para ver a los míticos The Cult y revivir así tiempos mejores
Como en todos los conciertos que tienen lugar en Barcelona en días laborables (que últimamente suelen ser la mayoría), la sala Razzmatazz abrió sus puertas muy temprano, sobre las 19:30h. para ser exactos, dando así tiempo suficiente al que quisiera entrar a presenciar la actuación de los teloneros de la noche, esa clase de bandas que supuestamente se encargan de calentar el ambiente antes de las actuaciones principales pero que a mí y a muchos de los asistentes a conciertos más nos molestan que otra cosa. Primero porque habitualmente a nadie le importa un carajo la banda telonera de turno, sea quien sea, y segundo porque lo único que consiguen estos grupos es retrasar el concierto que todo el mundo ha ido a ver. En esta ocasión los artistas invitados fueron la nueva reencarnación del grupo escocés G.U.N., la que fuera una banda de éxito a principios de la década de los noventa (y digo de éxito porque únicamente tuvieron uno, aquel “Better days” que pegó tanto la brasa en las cadenas musicales y en los programas de videoclips de aquella época) pero que tantas veces cambió de formación y de estilo a lo largo de su carrera. A decir verdad, no puedo opinar sobre la actuación de G.U.N. porque, entre meterme una hora antes a la sala Razzmatazz a cocerme de calor mientras toca un grupo que no me interesa ni lo más mínimo, y quedarme una hora más sentado en una terraza comiéndome un bocadillo y tomándome un par de cervezas hasta que se hiciera la hora del concierto de The Cult, opté por la segunda opción. Así que de G.U.N. no diré absolutamente nada.
El inicio de la actuación de The Cult estaba programado para las 21:00h. Sobre las 20:30h. la sala ya estaba llena hasta los topes de una legión de seguidores que no destacaban por su juventud precisamente. Visto lo visto, podríamos decir que The Cult no es una de esas bandas que hoy en día capten a las nuevas generaciones de seguidores a sus conciertos. Nada de eso. Los que hoy en día siguen a The Cult son aquellos que lo llevan haciendo durante toda la vida y muchos no sólo lo demostraron con sus canas, su alopecia galopante u otros signos inequívocos de la acumulación de años en el ser humano, sino también con sus camisetas (antiguamente negras, hoy ya grises) compradas en conciertos de las giras promocionales de discos como “Electric”, “Sonic Temple” o “Ceremony”. Estudios sociológicos y antropológicos al margen, como viene siendo habitual en los conciertos celebrados en la sala Razzmatazz durante los meses de verano, a medida que iba pasando el tiempo el calor, la humedad y la carga del ambiente hacían que la espera fuera realmente insoportable. Tanto es así, que antes de comenzar el concierto yo ya estaba pensando en la hora de salir. Para más inri, a las 21:15h. los técnicos aún andaban pululando por encima del escenario probando los instrumentos y los equipos de voces mientras una música de fondo absolutamente lamentable torturaba a los presentes.
Ya empezaban a oírse los primeros pitos entre el público y yo ya empezaba a derramar mi sexto o séptimo litro de sudor en lo que llevábamos de noche cuando, a las 21:30h., las luces de la sala se apagaron para dejar que el escenario se tiñera de un color verde selvático y que la música infame dejara paso a unos cánticos infantiles acompañados por una contundente percusión. Fue un claro anuncio de que, con más de media hora de retraso, en breves instantes The Cult iban a saltar a escena. Y así fue. Ian Astbury con pandereta en mano, gafas de sol, el pelo recogido en un moño y ataviado con una chaqueta con pelliza en el cuello (muy apropiada para le temperatura que teníamos en Barcelona, sí señor), y Billy Duffy con su mítica Gretsch blanca colgada del hombro y vestido con una camiseta negra sin mangas (se confirma que Billy Duffy es el listo del grupo), salían de los camerinos en la oscuridad y ocupaban sus lugares del escenario acompañados de la enésima formación de The Cult compuesta esta vez por Chris Wyse en el bajo, John Tempesta en la batería y Mike Dimkich en la guitarra rítmica. Sin mediar palabra, The Cult arrancaron el show con los temas “Lil' Devil”, “Honey from a knife”, “Rain” y “Fire woman” interpretados uno detrás del otro, con una brevísima pausa entre uno y otro, sin saludar, sin dar la bienvenida a la gente, ni nada de nada.
Y así, sin adornos, sin mucha parafernalia escénica, pero metiéndose en el bolsillo al acalorado público únicamente con sus canciones, The Cult completaron la cuarta parte del que iba a ser el “set-list” del concierto de Barcelona. Aunque pueda parecer extraño lo que voy a decir, el sonido era magnífico. Y digo que puede parecer extraño porque lo normal en Razzmatazz es que los conciertos se escuchen como si el que los presencia tuviera la cabeza metida en un water. No fue el caso del show de The Cult. Desde mi posición, justo delante de la mesa de control, el sonido era fenomenal y en particular la guitarra de Billy Duffy sonaba impecable aunque éste le echara bronca al técnico al poco de empezar el concierto por ese tipo de cosas de las que sólo el que está encima del escenario se percata. A Ian Astbury, por su parte, en ocasiones le costaba bastante llegar a las notas más agudas, y es que el paso de los años no le ha hecho demasiada justicia tanto física como vocalmente hablando. Pero en general, todo estaba sonando bastante mejor de lo que yo esperaba.
Fue después del aclamado “Fire woman” cuando Ian Astbury se dignó a dirigirse al público con un “¡Muchachos, muchachas, mucho caliente!” (no te jode, pues quítate la pelliza si tanto calor tienes) y anunciar que The Cult estaban de gira presentando un disco muy bonito llamado “Choose your weapon” al cual pertenecía la siguiente canción que iba a sonar: “Lucifer”. Este tema, que sirvió en su día como adelanto del nuevo LP de los británicos, antecedió a dos temas del álbum “Love”, concretamente “Nirvana” y “The Phoenix”, los cuales darían paso a “Embers”, aquella semi-balada incluida en uno de esos discos digitales bautizados como “Cápsulas” que hace unos años publicaron a través de Internet y que aportaron más bien poco a la discografía del grupo.
Y entonces llegó el momento surrealista de la noche. Viendo la entrega del público y consciente de haber sido bastante soso con ellos hasta el momento, Ian Astbury se vino arriba en banderillas y empezó a cantar el clásico cántico futbolero de “¡¡¡Campeones, campeones, oeoeoé!!!”. Al no recibir respuesta por parte de la audiencia, el tipo se extrañó y preguntó (en su idioma, claro): “España campeona de Europa de fútbol, ¿no?” a lo que parte del público le respondió con una sonora pitada y con los puños en alto apuntando con el dedo pulgar hacia abajo. No entendiendo nada, Ian Astbury contestó con un “Bueno, que le den por el culo al fútbol, vamos a hacer rock and roll”. Y es que eso sólo pasa en Barcelona. Muchos artistas extranjeros vienen a Barcelona y desconocen todos los líos de nacionalismos, independentismos, separatismos y catalanismos. Entonces, con la intención de ganarse al público, tan pronto pegan un berrido a los cuatro vientos con un “¡Viva España!” como yo he llegado a oír a los Symphony X o a Sebastian Bach, como te sacan una mega bandera española proyectada en las pantallas como yo he llegado a ver en el concierto de Aerosmith, como te sueltan cánticos de celebración de victorias de la Selección Española de fútbol como fue el caso de los The Cult. Independientemente de lo que piense cada uno sobre estos asuntos, la gente debería ser consciente de que los músicos no tienen ni puta idea de este tipo de movidas políticas, así que creo que se debería ser más comprensivo cuando pasan cosas de estas ya que a nadie le gusta recibir una pitada de forma gratuita y no es bueno para el buen transcurso de un concierto poner a los músicos en situaciones incómodas o embarazosas. Por su parte, los músicos deberían centrarse más en hacer música y en ser buenos artistas encima del escenario que en meterse en berenjenales de este tipo, o al menos deberían informarse o ser informados un poco mejor de la cultura del lugar que visitan antes de meter la gamba. Ejemplo de ello son Bruce Springsteen, Bon Jovi o los Rolling Stones por poner algunos ejemplos, que incluso llegaron a dirigirse al público de Barcelona en catalán.
Pasado este momento absurdo, The Cult encarrilaron la recta final del concierto con una colección de canciones compuesta por “The wolf”, “Wild flower”, “Rise” y “For the animals”, todas ellas bastante más oscuras que las que habían sonado hasta el momento. Como en el resto del concierto, cada uno de los miembros del grupo iba a lo suyo, sin muchos aspavientos, sin apenas intercambios de miradas entre los dos líderes Ian Astbury y Billy Duffy, únicamente con algún que otro intento de malabarismo de Asbury con su pandereta y algún molinete con el brazo derecho sobre la guitarra por parte de Duffy, pero poco más. Vamos, más o menos como el que está trabajando en una línea de montaje y ya está esperando a que llegue la hora del bocadillo. Y más o menos fue esto lo que pasó a continuación, lo del bocadillo digo, porque tras este bloque de temas pesados y, en mi opinión, bastante “corta-rollos”, le llegó el turno al clásico “She sells the Sanctuary” con el que la banda se retiraría a los camerinos (quién sabe si a por el bocadillo) antes de dar inicio al primer y único “bis” de la noche.
A esas alturas del concierto (ya eran las 22:30h. pasadas), con todos los clásicos de The Cult ya interpretados y con el tremendo calor que estábamos soportando en la sala, el que escribe lo que menos deseaba era un “bis” largo que le hiciera permanecer allí una hora más. Sí, había pagado mi entrada y no barata precisamente, pero mi cuerpo necesitaba oxígeno y mi piel aire fresco. Al parecer el grupo debió escuchar mis deseos. Pasados unos minutos, The Cult volvieron a aparecer en el escenario con Ian Astbury hojeando un ejemplar del diario El País. Por lo visto alguno de los redactores del rotativo había escrito algo sobre él y no le debió gustar demasiado porque empezó a despotricar contra la prensa, soltó el sonido de un cuesco contra el micrófono, hizo como si se limpiara el culo con el periódico y lo tiró al suelo bajo los aplausos de la gente que, me apostaría el cuello, la mayoría no entendió nada. Tras este acto de rebeldía y transgresión (nunca jamás otro músico de rock ha rajado contra la prensa, qué va) iniciaron la fase final del concierto, una fase final que comenzó con la tristona “Life \ Death” extraída del último LP del grupo y que acabó de forma apoteósica con “Spiritwalker” y “Love removal machine” durante las cuales Ian Astbury decidió soltarse el pelo y quitarse la gafas de sol para que todos viéramos que realmente era él y no el hijo secreto de Jack Nicholson.
Y de esta forma, a las 23:00h. clavadas, The Cult completaron su concierto de algo menos de una horita y media, un concierto que podríamos decir que fue magnífico en lo musical. Tocaron los principales temas de su nuevo álbum, los grandes éxitos de la historia de la banda, sonaron bien en una sala poco propensa a sonar bien y, en resumen, aprobaron con nota alta la asignatura de la elección y despliegue de un repertorio encima de un escenario. En lo que se refiere a la magia, a la química, y a la conexión entre músicos y público y entre los mismos músicos, la banda de Asbury y Duffy suspendió con un muy deficiente. The Cult vinieron a Barcelona a cumplir y eso fue sin duda lo que hicieron. Ni más ni menos.
Una vez más me encontré en la tesitura de tener que elegir entre gastarme la pasta para ver a unos clásicos de la historia del rock, actualmente de capa caída pero que en sus días de gloria no pude llegar a ver por pillarme demasiado joven; o ahorrármela, dejar que me lo contasen al día siguiente y quizás no volver a verlos jamás. En este caso se trataba de The Cult, la camaleónica banda británica liderada por Ian Astbury y Billy Duffy que acaban de publicar un nuevo disco titulado “Choose your weapon” y que se encuentran promocionándolo por los escenarios de medio mundo. Ni qué decir tiene que finalmente decidí asistir a mi cita con el rock and roll porque de lo contrario no estaría escribiendo esto, así que pasé por caja y me planté un martes por la tarde en la sala Razzmatazz para ver a los míticos The Cult y revivir así tiempos mejores
Como en todos los conciertos que tienen lugar en Barcelona en días laborables (que últimamente suelen ser la mayoría), la sala Razzmatazz abrió sus puertas muy temprano, sobre las 19:30h. para ser exactos, dando así tiempo suficiente al que quisiera entrar a presenciar la actuación de los teloneros de la noche, esa clase de bandas que supuestamente se encargan de calentar el ambiente antes de las actuaciones principales pero que a mí y a muchos de los asistentes a conciertos más nos molestan que otra cosa. Primero porque habitualmente a nadie le importa un carajo la banda telonera de turno, sea quien sea, y segundo porque lo único que consiguen estos grupos es retrasar el concierto que todo el mundo ha ido a ver. En esta ocasión los artistas invitados fueron la nueva reencarnación del grupo escocés G.U.N., la que fuera una banda de éxito a principios de la década de los noventa (y digo de éxito porque únicamente tuvieron uno, aquel “Better days” que pegó tanto la brasa en las cadenas musicales y en los programas de videoclips de aquella época) pero que tantas veces cambió de formación y de estilo a lo largo de su carrera. A decir verdad, no puedo opinar sobre la actuación de G.U.N. porque, entre meterme una hora antes a la sala Razzmatazz a cocerme de calor mientras toca un grupo que no me interesa ni lo más mínimo, y quedarme una hora más sentado en una terraza comiéndome un bocadillo y tomándome un par de cervezas hasta que se hiciera la hora del concierto de The Cult, opté por la segunda opción. Así que de G.U.N. no diré absolutamente nada.
El inicio de la actuación de The Cult estaba programado para las 21:00h. Sobre las 20:30h. la sala ya estaba llena hasta los topes de una legión de seguidores que no destacaban por su juventud precisamente. Visto lo visto, podríamos decir que The Cult no es una de esas bandas que hoy en día capten a las nuevas generaciones de seguidores a sus conciertos. Nada de eso. Los que hoy en día siguen a The Cult son aquellos que lo llevan haciendo durante toda la vida y muchos no sólo lo demostraron con sus canas, su alopecia galopante u otros signos inequívocos de la acumulación de años en el ser humano, sino también con sus camisetas (antiguamente negras, hoy ya grises) compradas en conciertos de las giras promocionales de discos como “Electric”, “Sonic Temple” o “Ceremony”. Estudios sociológicos y antropológicos al margen, como viene siendo habitual en los conciertos celebrados en la sala Razzmatazz durante los meses de verano, a medida que iba pasando el tiempo el calor, la humedad y la carga del ambiente hacían que la espera fuera realmente insoportable. Tanto es así, que antes de comenzar el concierto yo ya estaba pensando en la hora de salir. Para más inri, a las 21:15h. los técnicos aún andaban pululando por encima del escenario probando los instrumentos y los equipos de voces mientras una música de fondo absolutamente lamentable torturaba a los presentes.
Ya empezaban a oírse los primeros pitos entre el público y yo ya empezaba a derramar mi sexto o séptimo litro de sudor en lo que llevábamos de noche cuando, a las 21:30h., las luces de la sala se apagaron para dejar que el escenario se tiñera de un color verde selvático y que la música infame dejara paso a unos cánticos infantiles acompañados por una contundente percusión. Fue un claro anuncio de que, con más de media hora de retraso, en breves instantes The Cult iban a saltar a escena. Y así fue. Ian Astbury con pandereta en mano, gafas de sol, el pelo recogido en un moño y ataviado con una chaqueta con pelliza en el cuello (muy apropiada para le temperatura que teníamos en Barcelona, sí señor), y Billy Duffy con su mítica Gretsch blanca colgada del hombro y vestido con una camiseta negra sin mangas (se confirma que Billy Duffy es el listo del grupo), salían de los camerinos en la oscuridad y ocupaban sus lugares del escenario acompañados de la enésima formación de The Cult compuesta esta vez por Chris Wyse en el bajo, John Tempesta en la batería y Mike Dimkich en la guitarra rítmica. Sin mediar palabra, The Cult arrancaron el show con los temas “Lil' Devil”, “Honey from a knife”, “Rain” y “Fire woman” interpretados uno detrás del otro, con una brevísima pausa entre uno y otro, sin saludar, sin dar la bienvenida a la gente, ni nada de nada.
Y así, sin adornos, sin mucha parafernalia escénica, pero metiéndose en el bolsillo al acalorado público únicamente con sus canciones, The Cult completaron la cuarta parte del que iba a ser el “set-list” del concierto de Barcelona. Aunque pueda parecer extraño lo que voy a decir, el sonido era magnífico. Y digo que puede parecer extraño porque lo normal en Razzmatazz es que los conciertos se escuchen como si el que los presencia tuviera la cabeza metida en un water. No fue el caso del show de The Cult. Desde mi posición, justo delante de la mesa de control, el sonido era fenomenal y en particular la guitarra de Billy Duffy sonaba impecable aunque éste le echara bronca al técnico al poco de empezar el concierto por ese tipo de cosas de las que sólo el que está encima del escenario se percata. A Ian Astbury, por su parte, en ocasiones le costaba bastante llegar a las notas más agudas, y es que el paso de los años no le ha hecho demasiada justicia tanto física como vocalmente hablando. Pero en general, todo estaba sonando bastante mejor de lo que yo esperaba.
Fue después del aclamado “Fire woman” cuando Ian Astbury se dignó a dirigirse al público con un “¡Muchachos, muchachas, mucho caliente!” (no te jode, pues quítate la pelliza si tanto calor tienes) y anunciar que The Cult estaban de gira presentando un disco muy bonito llamado “Choose your weapon” al cual pertenecía la siguiente canción que iba a sonar: “Lucifer”. Este tema, que sirvió en su día como adelanto del nuevo LP de los británicos, antecedió a dos temas del álbum “Love”, concretamente “Nirvana” y “The Phoenix”, los cuales darían paso a “Embers”, aquella semi-balada incluida en uno de esos discos digitales bautizados como “Cápsulas” que hace unos años publicaron a través de Internet y que aportaron más bien poco a la discografía del grupo.
Y entonces llegó el momento surrealista de la noche. Viendo la entrega del público y consciente de haber sido bastante soso con ellos hasta el momento, Ian Astbury se vino arriba en banderillas y empezó a cantar el clásico cántico futbolero de “¡¡¡Campeones, campeones, oeoeoé!!!”. Al no recibir respuesta por parte de la audiencia, el tipo se extrañó y preguntó (en su idioma, claro): “España campeona de Europa de fútbol, ¿no?” a lo que parte del público le respondió con una sonora pitada y con los puños en alto apuntando con el dedo pulgar hacia abajo. No entendiendo nada, Ian Astbury contestó con un “Bueno, que le den por el culo al fútbol, vamos a hacer rock and roll”. Y es que eso sólo pasa en Barcelona. Muchos artistas extranjeros vienen a Barcelona y desconocen todos los líos de nacionalismos, independentismos, separatismos y catalanismos. Entonces, con la intención de ganarse al público, tan pronto pegan un berrido a los cuatro vientos con un “¡Viva España!” como yo he llegado a oír a los Symphony X o a Sebastian Bach, como te sacan una mega bandera española proyectada en las pantallas como yo he llegado a ver en el concierto de Aerosmith, como te sueltan cánticos de celebración de victorias de la Selección Española de fútbol como fue el caso de los The Cult. Independientemente de lo que piense cada uno sobre estos asuntos, la gente debería ser consciente de que los músicos no tienen ni puta idea de este tipo de movidas políticas, así que creo que se debería ser más comprensivo cuando pasan cosas de estas ya que a nadie le gusta recibir una pitada de forma gratuita y no es bueno para el buen transcurso de un concierto poner a los músicos en situaciones incómodas o embarazosas. Por su parte, los músicos deberían centrarse más en hacer música y en ser buenos artistas encima del escenario que en meterse en berenjenales de este tipo, o al menos deberían informarse o ser informados un poco mejor de la cultura del lugar que visitan antes de meter la gamba. Ejemplo de ello son Bruce Springsteen, Bon Jovi o los Rolling Stones por poner algunos ejemplos, que incluso llegaron a dirigirse al público de Barcelona en catalán.
Pasado este momento absurdo, The Cult encarrilaron la recta final del concierto con una colección de canciones compuesta por “The wolf”, “Wild flower”, “Rise” y “For the animals”, todas ellas bastante más oscuras que las que habían sonado hasta el momento. Como en el resto del concierto, cada uno de los miembros del grupo iba a lo suyo, sin muchos aspavientos, sin apenas intercambios de miradas entre los dos líderes Ian Astbury y Billy Duffy, únicamente con algún que otro intento de malabarismo de Asbury con su pandereta y algún molinete con el brazo derecho sobre la guitarra por parte de Duffy, pero poco más. Vamos, más o menos como el que está trabajando en una línea de montaje y ya está esperando a que llegue la hora del bocadillo. Y más o menos fue esto lo que pasó a continuación, lo del bocadillo digo, porque tras este bloque de temas pesados y, en mi opinión, bastante “corta-rollos”, le llegó el turno al clásico “She sells the Sanctuary” con el que la banda se retiraría a los camerinos (quién sabe si a por el bocadillo) antes de dar inicio al primer y único “bis” de la noche.
A esas alturas del concierto (ya eran las 22:30h. pasadas), con todos los clásicos de The Cult ya interpretados y con el tremendo calor que estábamos soportando en la sala, el que escribe lo que menos deseaba era un “bis” largo que le hiciera permanecer allí una hora más. Sí, había pagado mi entrada y no barata precisamente, pero mi cuerpo necesitaba oxígeno y mi piel aire fresco. Al parecer el grupo debió escuchar mis deseos. Pasados unos minutos, The Cult volvieron a aparecer en el escenario con Ian Astbury hojeando un ejemplar del diario El País. Por lo visto alguno de los redactores del rotativo había escrito algo sobre él y no le debió gustar demasiado porque empezó a despotricar contra la prensa, soltó el sonido de un cuesco contra el micrófono, hizo como si se limpiara el culo con el periódico y lo tiró al suelo bajo los aplausos de la gente que, me apostaría el cuello, la mayoría no entendió nada. Tras este acto de rebeldía y transgresión (nunca jamás otro músico de rock ha rajado contra la prensa, qué va) iniciaron la fase final del concierto, una fase final que comenzó con la tristona “Life \ Death” extraída del último LP del grupo y que acabó de forma apoteósica con “Spiritwalker” y “Love removal machine” durante las cuales Ian Astbury decidió soltarse el pelo y quitarse la gafas de sol para que todos viéramos que realmente era él y no el hijo secreto de Jack Nicholson.
Y de esta forma, a las 23:00h. clavadas, The Cult completaron su concierto de algo menos de una horita y media, un concierto que podríamos decir que fue magnífico en lo musical. Tocaron los principales temas de su nuevo álbum, los grandes éxitos de la historia de la banda, sonaron bien en una sala poco propensa a sonar bien y, en resumen, aprobaron con nota alta la asignatura de la elección y despliegue de un repertorio encima de un escenario. En lo que se refiere a la magia, a la química, y a la conexión entre músicos y público y entre los mismos músicos, la banda de Asbury y Duffy suspendió con un muy deficiente. The Cult vinieron a Barcelona a cumplir y eso fue sin duda lo que hicieron. Ni más ni menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario