El espíritu de Pink Floyd invade Barcelona
Durante toda la tarde del sábado día 21 de Abril ya se palpaba en el ambiente que, una vez más, Barcelona iba a ser el escenario de un acontecimiento histórico, de esos que difícilmente se olvidan. A pesar de coincidir en el mismo fin de semana la celebración del Salón Internacional del Cómic y la Feria del Turismo en los pabellones de la Fira de Mostres de Barcelona, muy próxima al Palau Sant Jordi, la multitud de personas venidas desde todas regiones de España enfundadas en sus camisetas de Pink Floyd, no pasaban inadvertidas paseando bajo un sol espléndido camino del recinto donde Roger Waters iba a ofrecer el único concierto en España de su gira “Dark side of the moon 2007”.
Las giras de Roger Waters, tanto con Pink Floyd como en solitario, siempre se han caracterizado por su espectacularidad y por su parafernalia escénica. En este caso, nada más entrar al pabellón, enseguida se intuía que el eje central del espectáculo visual iba a radicar en una gigantesca pantalla ubicada en la parte trasera del escenario. La primera imagen que uno podía ver en ella era la de una mesilla con una botella de Johnny Walker, un vaso y una radio “vintage” sobre la que reposaba la reproducción en miniatura de un avión militar de los años 20. Así como se acercaba la hora del concierto, una mano con un cigarrillo entre los dedos se servía un wisky detrás de otro e iba sintonizando la radio en busca de alguna canción. Los temas que sonaron durante estos instantes previos fueron desde “School days” de Chuck Berry hasta “Dancing Queen” de Abba.
Sobre las 21:30h. el Palau Sant Jordi ya estaba repleto con 18.500 almas que enloquecieron cuando, tras el grito de “Eins, Zwei, Drei, Vier”, y coincidiendo con una brutal explosión pirotécnica, Roger Waters y su banda entonaron los primeros acordes de “In the flesh”. Fue tan grande la emoción de este momento que incluso pude ver a gente llorando y con las manos en la cabeza con gesto de incredulidad por el hecho de tener delante, y tocando en directo, a una de las piezas fundamentales de la historia de la música del siglo XX. Tras recibir una grandísima ovación por parte de los allí presentes, Roger continuaría con “Mother” y con un emotivo “Set the controls for the heart of the sun”, interpretada mientras al fondo iban pasando imágenes en blanco y negro de los primeros tiempos de Pink Floyd. No menos sentida fue la puesta en escena de “Shine on your crazy diamond” que, con la proyección de imágenes psicodélicas, fotografías del difunto Syd Barrett y una lluvia de pompas de jabón, servirían de homenaje al genio fundador de Pink Floyd. “Have a cigar” y “Wish you were here” fueron los temas siguientes tras los que se daría paso a un set compuesto por algunas de las piezas más emblemáticas de la carrera en solitario de Waters como “Southampton Dock”, “The Fletcher’s memorial home” y “Perfect Sense”, esta última con la impresionante voz de la corista Katie Kissoon y con la aparición de un astronauta volando por los aires. Hasta ese momento Roger Waters fue parco en palabras con el público pero iba lanzando guiños, sonrisas y miradas de complicidad a los espectadores de las primeras filas y de las gradas laterales más próximas al escenario.
Tras este primer bloque Roger por fin decidió dirigirse al público de manera directa para presentar “Leaving Beirut”, un tema bastante reciente dedicado a la hospitalidad de una familia que le acogió durante un viaje en autostop desde Beirut a Londres cuando tenía 17 años. La canción fue íntegramente escenificada en las pantallas traseras del escenario en forma de viñetas de cómic, con una sincronización perfecta entre lo que se escuchaba y lo que se veía y leía. La pieza que sonó a continuación fue “Sheep”, uno de los momentos estelares de la noche con la aparición de un cerdo volador completamente “tatuado” con todo tipo de pintadas reivindicativas y pacifistas, el cual iba pasando sobre las cabezas del público. Después de este espectáculo visual y musical, y de provocar el asombro de todo el mundo, Roger Waters se despediría momentáneamente para descansar antes de la parte central del show, la interpretación del álbum “Dark side of the moon”.
Si bien es cierto que toda la promoción de la gira está centrada en la completa puesta en escena de “Dark side of the moon” en directo, a mí personalmente esta es la parte que menos interés me despertaba de todo el concierto. Evidentemente tiene mucho mérito interpretar en vivo y de cabo a rabo todo un disco de cuarenta y tantos minutos sin pausas entre canciones, pero en la práctica totalidad de los temas Roger Waters simplemente es el bajista del grupo. La ejecución fue perfecta, digna de músicos de primera fila (a destacar el batería Graham Broad, el saxofonista Ian Ritchie, los guitarristas Snowy White y Dave Kilminster, este último ejerciendo también de vocalista, y las voz femenina de Katie Kissoon), pero musicalmente, en todo este set Roger Waters pasó completamente desapercibido. Aún así, tanto la escenificación como la interpretación de todos los temas fueron magníficas, dejando lugar a algunas desviaciones con respecto a los temas originales, lo cual también es de agradecer. Tras los últimos latidos de corazón que cierran la obra “Dark side of the moon”, la banda decía adiós a Barcelona con la típica reverencia conjunta de todos los músicos, retirándose a los camerinos.
Cualquiera que haya leído hasta aquí pensará... “¿Ya está?”... Efectivamente, la noche todavía no había acabado. Después de varios minutos de peticiones por parte del público, la banda volvía al escenario y Roger presentaba a todos los músicos que le vienen acompañando durante esta gira, alguno de ellos (como el guitarrista Snowy White) fieles a Roger desde los tiempos de “Animals”. Tras las presentaciones llegó una pequeña recopilación de clásicos del álbum “The Wall”, compuesta por “The happiest days of our lives”, “Another brick in the wall part II” (con referencias en las pantallas traseras al muro levantado por Ariel Sharon entre Israel y Palestina), “Vera” y “Bring the boys back home”. Si la primera parte del concierto fue tremendamente emocionante desde el punto de vista de la nostalgia y la pomposidad escénica, esta tercera no lo fue menos por toda la temática tratada y todo el aire crítico que se transmitía a través de las proyecciones. En ellas se alternaban imágenes de diferentes conflictos bélicos con las de personajes de la política del siglo XX y XXI, los cuales eran abucheados por todo el estadio. Y como no podía ser de otra forma, el show llegó a su fin con la siempre apoteósica “Confortably numb”, dejando a las miles de personas que allí estábamos suspendidos en una nube de magia, emoción y satisfacción de la cual a algunos nos ha costado varias semanas descender.
Pese a actuar únicamente uno de sus componentes, a mí personalmente el concierto me transmitió más emociones y me supo más a un verdadero concierto de Pink Floyd que aquellos aburridos conciertos de la gira “The division bell” encabezados por Gilmour, Mason y Wright. Es una lástima que, estando los cuatro todavía en plena forma, tengamos que conformarnos con verlos por separado; pero bueno, sólo nos queda esperar que algún día los astros se alineen y tengamos la oportunidad de ver una gira de regreso de los Pink Floyd de verdad, los de toda la vida.