Siguiendo con las reseñas de mis locales preferidos de Barcelona, en el siguiente artículo le toca el turno a uno sobre el cual tenía muchas ganas de escribir por el especial afecto que le tengo. Se trata de un lugar con mucha historia pero que desde el pasado mes de Julio puede que sea uno de los que más y mejores críticas han recibido en redes sociales, blogs, revistas, periódicos y programas radiofónicos de temática lúdico-gastronómica. Me refiero a la bodega Montferry.
La bodega Montferry es un pequeño local ubicado en la calle Violant d'Hongria del barrio de Sants de Barcelona. Fue fundada en el año 1965 por el señor Pere Rovira, un tarraconense nacido en el pueblo Montferri de la comarca de l’Alt-Camp, que poco a poco se convirtió en propietario de una red formada por una cincuentena de bodegas distribuidas por toda la Ciudad Condal, de las cuales hoy en día sobreviven muy pocas. Tras permanecer abierta durante cuarenta y ocho años y habiendo llegado sus anteriores propietarios a la edad de la jubilación, la bodega Montferry de la calle Violant d'Hongria se vio irremediablemente abocada al cierre. Fue entonces cuando llegaron Alberto García Moyano, Marc Miñarro y Raquel Bernús para hacerse con las riendas del local y montar una auténtica revolución en el barrio de Sants de Barcelona, convirtiendo este antiguo establecimiento de barrio en un lugar imprescindible, eso sí, sin hacerle perder ni una pizca de su solera original.
De forma muy acertada, y puede que éste sea uno de los principales motivos del enorme éxito y aceptación que está teniendo desde su reapertura, Alberto, Marc y Raquel decidieron no alterar la estética ni el espíritu de la bodega Montferry. Lejos de virguerías del grafismo y la rotulación, el cartel del local conserva su color y tipografía originales (letras negras sobre fondo blanco), su texto original (“Bodegas Montferry. Vinos y licores”) y su magnífico logotipo original (una adaptación de la figura del niño de la fuente de los Jardines de Can Mantega esculpida en 1880 por Agapit Vallmitjana i Barbany). Pero si dejamos de lado el rótulo y pasamos a su interior, también podemos comprobar que ningún interiorista sueco ni ningún diseñador de vanguardia han estado trabajando en su decoración. Aunque nunca hayamos estado en la antigua bodega Montferry, cualquiera que la visite hoy en día enseguida podrá advertir que el local conserva toda su alma bodeguil: Mesas de mármol con estructura y patas forjadas en hierro; sillas de madera austeras pero firmes; el clásico espejo anti-rufianes presidiendo la pared frontal; barra de bar de aluminio; nevera y despensa empotradas en la pared con puertas de madera; un ramillete de ajos, hojas de laurel y pimientos secos colgando de las vigas; ventiladores de grandes aspas pendientes del techo; y doce barriles de diferentes tipos de vino como protagonistas absolutos del local. Pero ojo, que nadie piense que por ser de estética clásica la bodega Montferry es el típico tugurio mugriento por el que no pasa un paño húmedo desde el año 1972. La bodega Montferry es estéticamente clásica pero su impecable higiene y pulcritud llama considerablemente la atención si la comparamos con otros locales de Barcelona (que podría mencionar pero que no lo voy a hacer) de características similares.
Una vez analizado el cartel de la entrada y la estética interior, sólo queda analizar lo más importante de cualquier bar, bodega, taberna, restaurante o lugar de esta índole, aquello por lo que cualquiera que lo visite por primera vez se va a ver motivado a volver: Los productos alimenticios. Cualquiera que piense en el término “bodega” puede llegar a creer que es sinónimo de chato de vino rancio, de botellín de cerveza y, como mucho, de frutos secos, olivas, conservas y patatas fritas de bolsa. En el caso de la bodega Montferry nada más lejos de la realidad. Los masoquistas que seguimos a la bodega Montferry a través de Facebook, Instagram o Twitter tenemos la suerte (o la desgracia según la hora del día que sea cuando lo miramos) de estar siempre al corriente (con foto incluida) de los magníficos bocadillos con pan de leña que cada mañana Marc y Raquel preparan a sus clientes para desayunar: De escalibada con queso de cabra; de pechuga de pollo rebozada con tomate y huevo duro; de lomo a la brasa con cebolla y ajetes; de atún con tomate seco, pimienta y pimentón; de chistorra con pimiento verde; o de sobrasada con cebolla confitada y ron son sólo algunos ejemplos. Pero no sólo de bocadillos vive la Montferry. Sus croquetas caseras de carne a la brasa, queso roquefort o escalibada; su morro de cerdo frito; sus combinados de conservas con salsa espinaler casera; o sus raciones de “cap-i-pota” o de albóndigas con sepia hacen las delicias de cualquiera que pase por allí. Tanto es así que resulta prácticamente imposible ir a tomar una cerveza a media tarde y no caer en la tentación de pedir algo para regalar al estómago. Y en cuanto a lo que uno puede beber, pues obviamente en la Montferry te pueden servir desde la clásica caña de cerveza de toda la vida hasta un delicioso vermut artesanal que resucita a los muertos, pasando por todo tipo de vinos procedentes de diferentes lugares de la Península Ibérica.
Y muchos se preguntarán: “¿Pero de dónde han salido estos tíos?” Pues la verdad es que ninguno de ellos tiene una dilatada experiencia en la hostelería ni nada por el estilo. Como quizás muchos de los lectores recordarán, Alberto García Moyano es el alma mater de “En ocasiones veo bares”, aquel portal de Internet dedicado a los bares, bodegas y tabernas más emblemáticos de la ciudad de Barcelona que en su día reseñé en la sección de “Enlaces” de este blog. Tanto Alberto como Marc y Raquel comparten la afición de visitar y valorar los mejores lugares de la Ciudad Condal donde tomar unas buenas tapas y saborear un buen vermut, y de hecho es fácil encontrárselos en cualquiera de las rutas y gymkanas organizadas desde “En ocasiones veo bares”. El pasado mes de Julio, aprovechando una serie de coincidencias, circunstancias y dejándose llevar por una ilusión, estos tres amigos decidieron hacerse con la bodega Montferry de la calle Violant d'Hongria y desde entonces hasta ahora lo único que han hecho ha sido, simple y llanamente, ofrecer como hosteleros aquello que ellos siempre han apreciado y valorado como clientes: Calidad, amabilidad y profesionalidad. Decoraciones y estética al margen, yo sinceramente creo que es ahí precisamente donde reside la clave del tremendo éxito que están teniendo. Desde aquí me gustaría desearles que sea por muchos años.
Bodega Montferry
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C/ Violant d'Hongria Reina d'Aragó Nº105
Metro: Plaça de Sants | Plaça del Centre



Como ya comenté en Diciembre del año pasado cuando reseñé la edición especial de “Alchemy Live”, estaba ultrailusionado con poder asistir a un concierto del que fue mi primer ídolo musical. Contaba yo con diez años y ya hablaba de Dire Straits y de su líder Mark Knopfler como el que con esa edad habla del delantero centro de su equipo de fútbol preferido, de un personaje de su serie de dibujos favorita o del protagonista de la película de acción de moda en ese momento. No es que me las quiera dar de joven yo aquí ahora, pero la verdad es que nunca tuve la oportunidad de ver en vivo a Dire Straits. Además, por unas cosas o por otras, ninguna de las últimas veces que Mark Knopfler ha pasado por Barcelona he podido ir a verlo. El caso es que cuando vi anunciado que en verano de 2013 el ex-líder de los Dire Straits arrancaba la gira española de promoción de su último disco en solitario en el Poble Espanyol de Barcelona, no dudé ni un segundo en ponerme en contacto con mi hermano (personaje imprescindible en la historia de mi pasión por Dire Straits) para comunicárselo y comprar las dos entradas. No he seguido casi nada de la carrera en solitario de Mark Knopfler, de hecho me quedé en el primer disco titulado “Golden heart” (1996) que no me desagradó ni mucho menos pero que, al no ser mi estilo preferido, hizo que me desconectase por completo del giro country-celta que había adquirido la nueva etapa musical del escocés a pesar de publicar éste un disco prácticamente casi cada dos años. Pero claro, uno siempre piensa que cuando una leyenda de la música realiza una gira de conciertos para promocionar su nuevo trabajo, sí, interpreta alguno de sus nuevos temas y tal, pero que la base fundamental de los conciertos va a consistir en la interpretación de aquellos temas que hacen a la gente pagar 62 Euros para ir a verlo en directo, los de toda la vida, los que le han llevado a la fama y por los cuales ahora mismo tiene el nombre, la reputación y la fama que tiene. Con Aerosmith, The Cult, Sebastian Bach, Lenny Kravitz, Muse, Jamiroquai, Bon Jovi, Metallica y un largo etcétera de artistas a los que he ido a ver en los últimos años así ha sido. Pues bien, Mark Knopfler ha resultado ser la excepción que ha confirmado la regla.
Ya llevaba varios artículos y reseñas escribiendo en este blog sobre lo mucho que mola un garito, un disco, una peli o un documental, y sinceramente me apetecía sentarme delante del teclado para echar la pota como solía hacer antaño. Siempre he dicho que me siento mucho más cómodo hablando o escribiendo sobre lo que no me gusta que no sobre lo que me gusta porque tengo muchos más argumentos para justificar el motivo por el cual odio algo que el motivo por el cual me apasiona. El caso es que llevaba tiempo sin hacerlo y qué mejor manera de retomar aquella vieja práctica que reseñando alguna de las mierdas de éxito más grandes que se han generado en los últimos años. Me refiero a cualquiera de los discos de Manel.
Sin lugar a dudas, para el que escribe éste fue el mejor disco del año 2012. La verdad es que decir esto no es decir mucho ya que el volumen de mierda musical que salió al mercado durante el año pasado fue bastante importante, y con esa frase puede parecer que lo que quiero decir es que Slash es el rey tuerto en el país de los ciegos. No es esa mi intención sino todo lo contrario. Lo que quiero decir es que “Apocalyptic love” es una bocanada de aire fresco, un rayo de luz de esperanza y calidad musical que destaca con muchísima diferencia entre toda la montonera de estiércol que invade las estanterías de nuestras tiendas de discos habituales. No tuve tiempo de reseñarlo justo después de que viese la luz, pero como nunca es tarde si la dicha es buena, pues lo voy a hacer ahora que no creo que a nadie le importe.
Yo creo que a estas alturas todo Cristo sabrá qué es eso de “Searching for Sugar man”. Sí, lo sé, ya voy tarde, pero bueno, por si todavía hay alguien que vaya más rezagado que yo (que ya es decir), pues voy a dar unas pequeñas pinceladas sobre la sinopsis de la película para ponernos en situación.
Últimamente se está poniendo muy de moda todo lo relacionado con el mundo de la cerveza. La cerveza siempre había sido la bebida alcohólica barata por excelencia y su consumo era propio de chiringuitos playeros, de bares Manolo, de conciertos en vaso de plástico, de cañita acompañando unas tapas o de botella de litro en el parque con los colegas. Pero de un tiempo a esta parte la concepción de la cerveza está cambiado de forma radical, llegándose a convertir en todo un producto digno de estudios y análisis gastronómicos de lo más sofisticados, alcanzando niveles similares a los del vino. Y esto se está notando, por ejemplo, en que los bares e hipermercados cada vez ofrecen más variedad de marcas, procedencias y tipos de cerveza; en la proliferación de carteles anunciadores de catas, cursos de fabricación, festivales y ferias cerveceras por calles y redes sociales; y en el incremento del número de webs, blogs y libros que se publican sobre la susodicha bebida. Pero si hay algo de esta nueva moda que se agradezca de verdad, es la progresiva aparición de cervecerías artesanas en las calles y plazas de nuestras ciudades como alternativa a los bares y pubs de toda la vida. En el presente artículo quisiera recomendar una de estas cervecerías que abrió sus puertas hace algo más de dos años en el barrio de Sants de Barcelona y que poco a poco se ha convertido en uno de mis locales de tarde-noche preferidos de la Ciudad Condal. Me refiero a Homo Sibaris.


Después de dos años y medio ejerciendo de guitarrista rítmico en el grupo de rock The Rebel Band, desde aquí me gustaría anunciar que definitivamente he abandonado el barco. Han sido dos años y medio de ensayos con constantes cambios de horario, de local, de repertorio, de estilo musical e incluso de formación. Dos años y medio en los que únicamente hemos ofrecido cuatro actuaciones en directo y en los que, no sólo no hemos compuesto absolutamente ningún tema propio, sino que únicamente hemos podido mal grabar dos versiones de Fito & Fitipaldis, una de Los Rebeldes y otra de U2. Además, en todo este tiempo sufrimos la marcha a Canarias de nuestro querido batería original Luismi, incorporamos a Paco como su substituto, y vimos como un tal “Jhonn Flaming” se nos metía hasta la cocina del grupo haciendo las labores de vocalista, compositor y “frontman” absoluto para que, después de darle la vuelta a la banda como si de un calcetín recién sacado de la lavadora se tratase, nos abandonara por vete tú a saber qué ida de cabeza. Todo esto (que no es poco), sumado a la falta de interés que despertaba en mí el tocar rockabilly como tercer guitarrista de una banda en la que siempre he pintado menos que la U.G.T. con Franco, y a un enfrentamiento absurdo que tuve con el líder y jefe supremo de la formación, hizo que finalmente me decidiera por abandonar un grupo del que nunca me he llegado a sentir parte y con el que ensayaba como el que va al gimnasio para no perder la forma. Si tengo que ser sincero sólo siento haber tomado esta decisión por haber supuesto también la pérdida de contacto directo con el maestro Pineda al que le tengo un gran aprecio y del cual he aprendido muchísimo, pero por todo lo demás, he de decir que me he quedado más a gusto que un arbusto.
Con motivo de mi viaje a México, el pasado mes de Noviembre por fin me dio por ver una película que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo pero que nunca me había atrevido a hacerlo por miedo a perder el tiempo inútilmente viendo un bodrio infumable. Me estoy refiriendo a la primera de las tres películas de la llamada “Trilogía de México” de Robert Rodríguez: “El Mariachi”. Al final me decidí a verla única y exclusivamente porque venía a cuento con mi viaje, pero lo primero que diré sobre ella es que, afortunadamente, sólo dura ochenta minutos. ¡Madre mía del amor hermoso, qué mierda más gorda! A continuación voy a tratar de analizarla de la forma más objetiva y comprensiva que me sea posible aunque creo que va a ser un trabajo bastante complicado.
Para terminar con el ciclo de reseñas de las películas de Batman dirigidas por Chistopher Nolan que empecé allá por el mes de Agosto, por fin le toca el turno a la tercera de la por ahora trilogía: “The Dark Knight rises” o como se ha traducido aquí en España: “El Caballero Oscuro: La leyenda renace”. Fui a verla al cine cuando la estrenaron pero no he querido reseñarla antes porque las películas que voy a ver al cine me gusta verlas una vez más antes de escribir sobre ellas. Entre los imbéciles que llegan tarde a la sala y buscan sus butacas a oscuras sin importarles un carajo si molestan a la gente que tienen tras ellos o no, y los típicos babosos que sorben sus refrescos cuales osos hormigueros, que desempapelan caramelos y galletas y que rascan con ansia sus cajas de palomitas en busca de un puñado de ellas que echarse a la boca como si llevaran cuatro días sin comer ni cenar, al final uno siempre acaba perdiéndose algún detalle de la película. Así que, una vez revisionada tranquilamente en el DVD de casa, creo que ya estoy en disposición de hablar con criterio sobre ella.